Literato, historiador, bibliotecario y archivista
Por medio del presente escrito voy a tratar de tener una aproximación acerca de los hábitos de la cultura occidental que he advertido, existen en el camino hacia la institucionalización de la mentira como valor cívico. Voy a tratar de establecer que el testimonio está vacío del contenido que alguna vez le dio valor, como formador de “verdades” incuestionables. Cómo los dogmas son la base de la educación, y su aporte al desarrollo constante de las eternas mentiras; de la memoria y del olvido.
El texto que pretende describir el hilo de acontecimientos, que tradicionalmente conocemos como Historia - aquellos escritos que narran el desarrollo de la especie humana, y que para algunos “historiadores” serían los fundamentos para comprender el destino de las “culturas” abordadas -, está repleto de información obtenida de “documentos”, que dan por resultado en la mayoría de los casos, una crónica documentaria o “inventario insípido”, que por momentos resulta tan dudosa como la que ha sido escrita por quienes están al servicio del desarrollo de determinados sistemas políticos, económicos y con específicos propósitos ya sean éstos étnicos, religiosos.
En ambos casos, no tienen la posibilidad de escapar a la temporalidad del que escribe. No hay forma alguna que el historiador logre romper el lazo con su tiempo, todo lo contrario a lo que le sucede al escritor, que intencionadamente se vanagloria de su capacidad de “mentir” en sus creaciones, que en contados casos le otorgan “inmortalidad”, al menos en el vasto periodo de su “cultura”.
La “verdad” de los acontecimientos del pasado, según dicen, está guardada en archivos (ciertos lugares despojados, donde algunas personas trabajan arrumbando) que están repletos de documentos que generalmente han sido redactados por los peores escriptores: los litigantes, los escribanos, los leguleyos. A esta falencia se le suele agregar la de ciertos historiadores que no pueden siquiera explicar lo que han leído y reducen su tarea a transcribir, con lo cual sólo están trayendo a la imprenta al documento mismo. El exceso del “celo profesional”, aportado por aquella opinión que arrastró a todas las disciplinas hacia el campo de lo “científico”, es posiblemente la causante de que, en algún momento, fuese necesaria la búsqueda de un buen cuentista que hiciese la lectura menos árida. Es probable que allí se encuentre la razón de esa caprichosa necesidad que nos ha atraído por la mano de la aviesa interpretación - lo cual ha teñido de olvidos, de remembranzas, y de injusticia a la Historia -, a la aparición de esos escritos que los editores han especulativamente denominado “novela histórica”, y los encargados de educar a los párvulos llaman manuales, que no son otra cosa que una sórdida verdad.
El dulce sabor de lo así narrado ingresa con facilidad en las inocentes mentalidades aniñadas. Veo con muy grande pena que cada día se puede constatar que son más numerosos los casos en que las personas en la llamada edad adulta todavía no han logrado superar la instancia de leer en voz alta.
La mentira teñida de identidad, con el correspondiente “color local” facilita la tarea del docente, como lo hicieron con maestría los sucesivos homéridas que se encargaron de recitar las leyendas de sus héroes y sus dioses.
Desde algún punto de vista, asaz caprichoso, se ha producido una vuelta a la actitud de los sumisos oyentes, que endulzaban sus oídos con los cantos de aquellos “rapsodas” más elocuentes y de elevadas prácticas poéticas; con la extrema diferencia que, por la simpleza en que hoy día se aplica el idioma para expresarse, es improbable que algo parecido suceda, dadas las predilecciones hacia el desatino y la liviandad de pensamiento. En el caso de éste existir ya que actualmente solo podría darse algo parecido, en el caso que el oyente tuviese cierta capacidad para apreciar la belleza de la poesía, lo cual, es poco probable.
La formación del historiador y la verdad
En alguna ocasión, un testimonio era la aseveración de una prueba y certeza de que tal acontecimiento había sucedido. La Historia estuvo hecha de una sucesión de testimonios, los que correspondían a una descripción de los mismos respondiendo por una parte a hechos ocurridos; los que dependían tanto del criterio del relator como del que había testificado; como del historiador que reúne la información. “¿todo esto no es una historia, la historia es un error que lleva por nombre verdad?” (Michel Foucault. Nietsche y la Genealogía).
Por la otra, se basa en documentos que suponen el resultado de las acciones de los testigos del hecho, reunión de información a veces imparcial acerca de cosas o de cuentas, otras resultantes de careos entre los actores; cuando no falsedades.
Bien puede ser un testimonio la versión de una percepción. De allí que la utilización de las argucias de la ley para efectuar careos entre testimonios y el uso de pruebas, permiten determinar un juicio, un dictamen, un veredicto. Es por eso que el interés despertado en la Historia y lo que llevó a la estructuración de su método, fueron los antecedentes existentes en los procedimientos legales empleados. Algo que ya había comenzado a aplicarse en otras disciplinas que forman el campo de las Ciencias Naturales. Por lo que se pretendía extender el campo de la ciencia al espacio del relato sobre la Historia.
Observando los procedimientos que emplea la justicia, se puede constatar que se utilizan los testimonios de diversos sujetos para comprobar los pareceres acerca de un mismo hecho; se efectúan careos entre los testigos; se aportan pruebas - cosas -, y en base a ese conjunto de aseveraciones, un tribunal, un representante, emite un veredicto basado en leyes que han sido previamente negociadas por sucesivas generaciones (en estas se tiene también en cuenta las reglas del uso y de la costumbre que aportan en el camino del veredicto). Por una parte se determina lo que es verdadero y lo que es falso y por otra se fija un castigo a quien es considerado culpable y a quien ha cometido perjurio.
Los periódicos, los noticieros, ediciones e Internet son canales de legitimación por donde se trasmiten testimonios. Al igual que los Museos con sus colecciones en ciertas formas dispuestas, los circuitos culturales, las exposiciones de arte, son todos canales testimoniales. Son la expresión descarnada del poder imperante, su forma de difusión y expansión comunicativa. Propaganda política directa, que expresa tanto la ideología afín al poder, como otras expresiones que son utilizadas en forma demagógica para dar un ejemplo de pluralidad, de “democracia”, para ingresar dentro del campo de lo “políticamente correcto”.
Todo se miente porque la verdad es una decisión sí plural y posterior. No hay inmediatez en su definición. Por ello es que hay que atreverse a decir lo que sea – si el pensamiento “único” lo permite dentro de la libertad de expresión permitida -. Porque no alcanza el corto periodo de una vida para que las estructuras de legitimación y veridificación establezcan un juicio sobre una oración.
Ha sido importante en la forma y procedimiento adoptado por la justicia, el periodo que algunos entendidos llaman el de la “revolución judicial” acaecida desde que se comenzó, inicialmente con cierta timidez, hasta que tomó una grande importancia, la cacería de brujas. Ello ocurrió a partir de la considerada falsariamente “Edad Media”, en coincidencia con la formación de los “burgos” o ciudades que fueron separándose del poder del señor feudal y del poder omnipresente de la Iglesia. Aún cuando los territorios eran dominados por un monarca, quien tenía a sus representantes, los señores, los reyes mantenían un balance entre sumisión o subordinación al clero. Todavía bajo el poder de la Iglesia Romana unida, la profesión de la fe cristiana no había, en la práctica de ser masivamente acatada, especialmente entre los súbditos más ignorantes, quienes seguían y continuaron mucho tiempo después adorando a dioses paganos. Esto tenía muy preocupados a muchos de los más ricos ciudadanos de los nuevos poblados que pretendían establecer discursos de valor único, tal y como los desarrollaba la Iglesia o la monarquía en sus acotados espacios de integración. El sistema de relaciones sociales debían ser fortificados bajo los nuevos conceptos de libertad económica que necesitaban también de instituciones que a partir de la educación, de la convivencia, de la legislación civil, pudiese desarrollarse sin trabas, como podían ser aquellos individuos remisos a participar del “common sense”. A partir de allí y en connivencia con el poder “celestial”, el terrenal se asocia para tratar de encausar bajo castigos severos a quienes no se adaptaran a las nuevas exigencias de la vida en común. Sin dudas que el poder ciudadano podía estar más cercano a cada uno de sus miembros y contar con cuerpos de vigilancia que podían entonces llegar con mayor precisión y ser abarcativos de los espacios por la nueva clase de comerciantes, de “burgueses”.
La persecución a los vecinos remisos a colaborar y aunar criterios con este nuevo poder en ciernes debía establecerse en forma punitiva. En principio bastaron las normas civiles, pero siempre existían casos aislados a los que no se podía incorporar y o custodiar. No se trataba de determinar insanía, locura, lo cual habría permitido aislar a los diferentes como siempre se había hecho. Existía un problema de adaptación de ciertos “malos vecinos” que las leyes existentes no lograban educar. La consideración de ser individuos heréticos y con claras posesiones diabólicas o tratos con Satán, un medio que provocó mayor temor. En un primer estadio del desarrollo de la cacería, los habitantes del “burgo” tomaron para sí lo que les importaba, que eran las propiedades si las había, desde el otro lado del poder, la Iglesia acompañó con todo su rigor para acabar con aquellos actos paganos que impedían controlar absolutamente a sus fieles.
La combinación de claras necesidades económicas, políticas y religiosas abundaron en los procesos que efectuaron tanto personas individuales, como miembros de las cortes cercanas a los reyes, funcionarios y dignatarios de la Iglesia Católica en los territorios cristianos, y la protestante en los suyos.
Se produjo entonces un sistema de procesamiento mucho más ágil y sin problemas posteriores como la eliminación del efecto “ley del talión”, por el cual quien acusaba y no podía demostrar su acusación podía llegar a ser condenado con la pena que él solicitaba para su acusado. La tortura como medio para obtener la confesión se permitió de forma y como procedimiento natural de la justicia.
El pueblo, los ciudadanos se convirtieron en los aliados permanentes y custodios de unos contra otros hasta extremos de absoluta desconfianza: cualquiera podía ser señalado y llegar a ser culpable del proceso y sufrir todo tipo de vejámenes, perder sus propiedades, y la muerte. Aparecieron profesiones especiales para el desarrollo de los procesos tales como los torturadores, los pinchadores, los verdugos, los abogados.
En particular se castigaba a los extranjeros, a los insociables, a quienes pensaban y actuaban en consecuencia como “otros”, distintos. La ley estableció el principio de proscripción de lo contrario.
El sistema de acusación y defensa se modificó completamente ya que se fue incorporando la figura del letrado defensor y las audiencias con jurado, que terminaron por imponerse a mediados del siglo XIX, particularmente en los países con menor tradición del derecho romano como Inglaterra y sus colonias.
En el caso de España el sistema inquisitorial continuó hasta avanzado el siglo XX con la dictadura de Franco, permitiendo que la cacería de brujas se trasladara directamente a la persecución política y racial.
OSWALD SPENGLER (1880 - 1936): Si lo que llamamos “verdad”, convence a otras personas, no es porque sea la verdad, sino porque ellas pertenecen a una misma cultura. “Transitorio es todo pensamiento, todo dogma, toda ciencia, que dejan de existir tan pronto como se extinguen las almas y los espíritus en cuyos mundos sus “eternas verdades” parecieron necesariamente verdaderas. Transitorios han sido los mundos estelares, que contemplaban los astrónomos del Nilo y del Eufrates; en efecto, eran mundos para aquellos ojos, y los ojos nuestros - también transitorios - son harto diferentes”. Para Spengler no hay ideas con validez universal fuera del círculo a que pertenece la cultura que las ha engendrado.
¿Cuál es el espacio de nuestra cultura? ¿Cuánto tiempo ha durado? ¿Cuánto más va a perdurar? ¿Hasta donde hay que retrotraerse y que mapas incluir para describir ese campo? ¿Nuestra cultura, es la Historia de la Humanidad?, o sólo de la modernidad? Es el espacio de lo escrito? ¿Es lo vivido? ¿Tan transitoria como lo es hoy toda historia?
Así como una cultura determinada establece sus procedimientos para dar legitimidad a sus maestros, quienes guiarán a los niños de acuerdo a una ideología dominante y arcaica, así se establecen los pasos para que los historiadores dejen sus testimonios, los que serán tantos o más conservadores que los de aquellos maestros.
Los libros escritos por unos y otros serán entonces la memoria que no desean andar cargando inútilmente las personas en su diario trajinar. El olvido se apodera de las mentes del sujeto que prefiere disponer de suficiente espacio neuronal para ocuparlo en diversión.
Algo parecido sucede con los discos duros de las computadoras. Allí van a parar gran cantidad de datos que suelen ser allí depositados para mantenerlos en Stand by, hasta que sea necesario, si es que recordamos donde guardamos, bajo que nombre de archivo, aquel dato que en este momento se me ha ocurrido que puede ser útil en la mentira en la que me encuentro trabajando.
El buen escritor se revela entonces como el mejor lector, pero aún más por ser tan organizado como el mejor archivista o bibliotecario, para saber encontrar con rapidez lo que desea encontrar en el momento adecuado. ¡Que embrollo!
La escuela es una institución que tiene por fundamento educar. Esto significa reprimir para encauzar las voluntades bajo un eje de pensamiento único hasta que el individuo obtiene, si es que antes no logró escapar, el molde que lo constituirá en ciudadano, en esclavo de un sistema, que según el grado de eficiencia de la escuela, será tal y como un determinado sistema económico político lo haya preestablecido.
Cuando uno nace, lo hace en un mundo ya establecido, con hábitos y pautas sobre los que no tuvo poder de decisión, por lo que se encuentra en absoluta indefensión. Es más, todos manifestamos un cierto rechazo a lo establecido y nos cuesta aceptar las reglas. Reglas que nos han sido incorporadas con la fuerza de la represión y la tortura ideológica. Como no disponemos de todas las facultades para decidir por nuestra propia cuenta, el mundo ya establecido ha tomado la decisión de instruir y educar a sus hijos de una forma determinada, o sea, para sus únicos propósitos, en esa situación aparecemos y somos educados. En muchos aspectos con la mentira; o con verdades aceptadas como tales por los padres o los educadores, quienes, a su vez ejercen su potestad por el beneplácito de los padres. Así se entiende que sigan pululando revistas de “apoyo” para el estudiante, dond3e aparecen viejas mentiras, ya groseras. Así también se actúa contra los niños cuando se les obliga a tomar decisiones acerca de definiciones ideológicas como las relativas a la religión por ejemplo.
El MANUAL, LOS TEXTOS ÉPICOS, LOS TEXTOS SAGRADOS
La cátedra, que se reconoce como nacida a la sombra de un árbol, ha vuelto a establecerse en un ámbito incontinente. El aula, espacio de localización de la cátedra, se manifiesta hoy como el archivo dinámico de la sociedad.
Las justificaciones científicas con que se aceptan los conceptos en los espacios de abstracción, son características de la forma de evaluar del positivismo. El modo de legitimación del mundo científico, tiene en las facultades el ámbito preciso donde desarrollarse. La calidad “ingenieril” del pensamiento moderno - proyecto -, es una de las principales características de las vanguardias que se apoyaron en esos ámbitos para desarrollar las utopías hoy construidas.
Los espacios que la cátedra hoy abandona, son el resultado de aquellas utopías que preveían un aula para la educación, una clínica para el insano, una urbe para residir. Los espacios de configuración actuales, hacen que todo lugar sea cosmopolita - Mac Luhan tenía razón -, por lo tanto, la nominación de los ámbitos de actividad de las instituciones, está en cambio y se manifiestan constantes contradicciones y ambigüedades. Aunque se pregone una visión plural, el criterio universalista sigue en la práctica social, manifestando al hombre como centro y dominador, y no como integrante.
Todavía los centros geográficos en nuestro tercer mundo, tienen el peso de aquella modernidad decadente. Así como la cátedra dejó el aula, porque ésta fue ocupada por el archivo, la ciudad tiene que dejar espacio a la integración del territorio. La utopía construida - que conocemos como ciudad - , ha dejado de ser la casa. La utopía de hoy - llamada virtualidad -, busca la integración sin pensar en específicos territorios, pues una de sus características es la desmaterialización. Desde allí se intenta definir el nuevo no espacio de permanencia del hombre.
Aquel concepto de “hacer ciudad”, ha dejado de tener vigencia, desde el momento en que se ha visto que las urbes, son en realidad, el resultado del desajuste entre las prácticas de apropiación del espacio de los grupos sociales que las habitan. No son el producto de una abstracción que sólo pudo establecer un loteo, una zonificación. Medidas que se corresponden a hechos materiales que son solo un detalle escenográfico una nostalgia de un patrimonio de la era de la materialidad.
Los rapsodas, como es sabido, cantaban acompañados de tristes sonidos parecidos a una ocarina que eran emitidos por su “aulo”; épicos versos que reproducían distintas anécdotas de la historia de su pueblo. La cultura que conocemos como de Grecia, pero que en realidad era de Atenas, fue el sitio donde se reunieron a aquellos cuentos y leyendas populares, hasta convertirlos en un libro que pudiese ser utilizado para educar a sus hijos en pos del engrandecimiento del orgullo de los ciudadanos. Los estudiosos más serios han aseverado que el encargado de esa tarea fue Pisístrato
Según algunas interpretaciones se ha dicho que en un epigrama que se cree compuesto para una estatua dice: “Pisístrato, grande en el Consejo, el que coleccionó a Homero, antes cantado en fragmentos”. En el relato que hace Cicerón, cuenta que Pisístrato “arregló en el orden actual los libros de Homero, antes confusos”. El bizantino Tzetzes (deformación fonética de Caecius) hace cómica la tradición con varias adiciones y errores; su versión más sobria dice “que Pisístrato realizó esta tarea” auxiliado por el trabajo de cuatro famosos sabios: Cóncilo, Onomácrito de Atenas, Zopiro de Heraclea y Orfeo de Crotona. ¡Desgraciadamente el erudito Cóncilo también es llamado Epicóncilo, y representa, seguramente, “el ciclo épico”, mal leído como un nombre propio! Y toda la comisión tiene cierto aspecto fabuloso y concuerda mejor con la época de los Tolomeos que con el siglo VI. Es, además, notable que en los amplios y detallados recuerdos que poseemos sobre los críticos alejandrinos, principalmente Aristarco, no haya la más mínima referencia a Pisístrato como editor.
Acostumbraba sostenerse que este silencio de los Alejandrinos probaba decisivamente que tal historia no se hallaba en uso en su época. Ha sido, sin embargo, encontrada en una forma menos desarrollada que se remonta al siglo IV antes de Cristo. Era conocido, desde antiguo, que cierto Dieuguidas de Megara acusaba a Pisístaro de haber interpolado en Homero varios versos a favor de Atenas, cargo que, evidentemente, implicaría que el acusador dispuso de medios especiales de cotejar el texto. Wilamowitz ha sido quien ha demostrado que este Deuquidias fue un escritor mucho más antiguo que los Alejandrinos y quien ha explanado su punto de vista. Es una parte de la general venganza literaria que Megara tomó de Atenas después de la caída de ésta en el siglo IV. “Atenas no ha inventado la comedia; fue Megara. Ni tampoco la tragedia; fue Sicione. Atenas no hizo más que falsificar e interpolar”. No está bien aclarado si Deuquidias aceptó la recensión de Pisístrato, como cosa generalmente creída, o si la ideó como mera hipótesis. Parece, sin embargo, demostrado que no pudo haber un texto no ático para probar el aserto. Cuando deseó indicar la versión auténtica tuvo que hacer uso de su propia ingenuidad. Él fue quien inventó la supuesta forma original del pasaje interpolado en B, 671; y acaso fue él quien imaginó la existencia de una edición espartana de Homero por Licurgo: de un texto ¡No contaminado y honradamente copiado por los buenos Dorios! De todos modos la opinión de que Pisístaro interpoló algún tanto a Homero, era corriente antes de la época alejandrina. ¿Por qué Aristarco no la menciona? No podemos decirlo claramente. Es posible que tomase este hecho como admitido por todos, según declara el epigrama. Es cierto, eso sí, que Aristarco, por tal motivo o por otros, desechó la mayor parte de los versos que los modernos eruditos describen como “interpolaciones atenienses”, y el motivo no puede haber sido únicamente interno, puesto que él sostenía la especial opinión de que Homero había sido Ateniense. Finalmente, es un hecho curioso que la afirmación de Cicerón sobre la recensión de Pisístrato parece derivar de un partidario de la escuela de Pérgamo, cuyo fundador, Crates, fue casi el único que resistió con éxito y se opuso a la autoridad de Aristarco. Es completamente posible que el último procurase empequeñecer un método de explanación que gozaba de gran favor en la escuela rival.
Dieuquidias, pues, afirmó que Pisístrato realizó algo en los poemas que dio ocasión a interpolaciones. Pero la mayor parte de los escritores megarenses, según Plutarco (Solón 10), decían que fue Solón quien realizó las interpolaciones; y una tradición muy extendida atribuye a Solón una ley especial sobre la recitación de “Homero” en las fiestas Panateneas. Esta ley, por otra parte se atribuye a Hiparco, en el diálogo seudoplatónico que lleva su nombre – obra no anterior al siglo III. El orador Licurgo lo atribuye simplemente “a nuestros antepasados”, y así se dejó. Cuando una ley se da en alguna ocasión como decretada por Atenas, tiende a ser atribuida a Solón, el gran momoteta. Si Pisístrato e Hiparco se disputaron esta ley especial, es, en parte, por los rumores de tráfico ilegal que van adheridos a la leyenda y, en parte, por ir siempre asociados estos tiranos a las Panateneas.
Pero ¿Qué decía esta ley? Parece claro que la recitación de Homero formaba parte de las solemnidades de la fiesta, y es probable que había para ella un certamen. Sabemos, además, que los poemas eran recitados de un modo particular ¿Pero era por indicación dada en cada verso? Esto es completamente increíble ¿O era comenzando el siguiente donde terminaba el anterior? O, como decide airadamente Diógenes Laercio, ¿dijo acaso la ley es la que indica, queriendo dar a entender que era el paso de un verso siguiente al final del otro, lo que indicaba?
Lo que en primer término resulta, pues, evidente en este asunto, es que existía en Atenas una costumbre que remontaba, a lo más, al siglo V, según la cual los poemas homéricos eran públicamente recitados en un orden prescrito, y que el comienzo de tal costumbre fue atribuido a una decisión pública. Hallamos, además, que en toda la literatura no ateniense hasta Píndaro, “Homero” parece ser imaginado como un autor de mucho mayor número de poemas que los que poseemos – probablemente de todas las epopeyas sobre Troya y Tebas – mientras que en la literatura Atica, desde el siglo V en adelante, es especialmente el autor de la Ilíada y de la Odisea, siendo considerados los otros poemas como de autor dudoso, primero y desconocido, después. Si añadimos que es constante, en todos los autores que hablan de esa recitación panatenaica, que “Homero” únicamente diga relación a la Ilíada y a la Odisea, como cosa corriente, la conclusión inevitable es que únicamente estos dos poemas fueron escogidos para la recitación y que fue únicamente esta recitación lo que les dio su eminente y exclusiva posición como el auténtico Homero.
¿Por qué esa preferencia? Algo puede adivinarse, aunque no mucho. Para comenzar, la comparación general entre el estilo de los poemas desechados y el de los preferidos, evidencia que éstos últimos lo tienen mucho más elaborado y trabajado. Tienen más unidad y son en grado menor cantos sueltos; tienen también mayor interés dramático y más adornos retóricos. Acaso uno solo puede comparárseles, el primero que se indica en la literatura como “de Homero”, la Tebaida; pero la gloria de Tebas era, de todos los asuntos, el que menos pudiese ser públicamente blasonado por los atenienses; Atenas debía rechazar tal asunto con menos vacilaciones, acaso, que Sicione al rechazar el “Homero” que alababa a Argos.
La epopeya ha sido común a los distintos pueblos. En la India está reunida en los grandes poemas denominados Ramayana y Mahabharata, cuya recopilación se atribuye respectivamente a Valmiki y Vyasa. Desde la Edad Media la tradición germánica se describe en Los Nibelungos, la nórdica en las compilaciones llamadas Edda, en Francia la Chanson de Roland, en España el Cantar del Mio Cid.
Semejantes disquisiciones acerca de los libros épicos o religiosos más importantes de la humanidad se han dado en todos los casos. Entre los textos sagrados, La Biblia es uno de los textos más importantes de la humanidad ya que reúne a todos los pueblos cristianos, ya sean o no referenciales a Roma.
La Biblia, es para los creyentes su Sagrada Escritura, consta de los libros canónicos del Viejo y Nuevo Testamento.
El Antiguo Testamento comprende tres grupos de libros: los que forman el Pentateuco o Libro de Moisés (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio), los Históricos y los de los Profetas, relativos a la religión, a la historia, a las instituciones y a las costumbres de los judíos. El Nuevo Testamento comprende los cuatro evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las Epístolas y el Apocalipsis o revelación del apóstol San Juan.
Entre las numerosas traducciones de la Biblia es célebre la Versión de los setenta, que revisada por San Jerónimo, constituye la Vulgata; y entre las ediciones más notables figura la Biblia Políglota, publicada en 1528.
La Versión de los Setenta es una traducción griega del Antiguo Testamento, hecha en el reinado de Tolomeo Filadelfo por 72 sabios hebreos; de aquí su nombre. En el siglo IV, traducida la Biblia ya entera del griego al Latín, con arreglo a la versión de Los Setenta, fue retocada por San Jerónimo; y esta traducción es la que se conoce como Vulgata. Los reformadores del siglo XVI la rechazaron, pero el Concilio de Trento decidió en 1546 que fuese considerada como texto verdadero, y que, sin perjuicio de que estuviese permitido estudiar el texto original, sólo ella pudiese ser ofrecida como prueba.
La Biblia Políglota, es una famosa edición de la Biblia, en hebreo, griego, caldeo y latín que, por orden del cardenal Jiménez de Cisneros, se hizo en Alcalá de Henares, y en la cual colaboraron los sabios españoles Alfonso de Zamora, Alfonso de Alcalá, los hermanos Vergara, Hernán Núñez (el Pinciano), Antonio de Nebrija y otros. Acabóse de imprimir en 1517 y se publicó en 1520. Por el lugar de la publicación: Alcalá de Henares, (la antigua Complutum) recibe también el nombre de Biblia Complutense.
Sin dudas se trata de un texto que relata las historias de distintas personas que tienen que ver con una épica al mejor estilo de los relatos de los héroes y sus hazañas. Aquellos que han sido rememorados por la tradición oral y el testimonio de los que acompañaron a los que conocieron y, o, difundieron la palabra del que consideraban un Dios. También es el caso del Corán, cuyo texto es el relato de diversos acontecimientos traducidos en muchos casos en enseñanzas específicas acerca del comportamiento personal y la forma de compartir el camino a emprender en el transcurso de la vida terrenal. La diferencia específica entre el texto épico y el sagrado es que uno sirvió para forjar la identidad de un pueblo, mientras que el otro es una transcripción según distintos métodos de la palabra de un ser superior que dirige las acciones de todos los humanos, por lo tanto es un discurso que tiende a ser único y es la tarea de sus profetas y divulgadores hacerlo comprensible a todos para que abracen la ideología que en ellos se transmite.
La intención es, desde luego, apologética ya que intenta que este instrumento sirva para la evangelización e instrumento de expansión de las creencias de un pueblo para el sometimiento de otros. La expansión imperialista de la ideología profesada no utiliza las armas, ni la violencia física directa, aunque puede estar asociada a una fuerza de choque.
Hay que recordar que las cruzadas fueron un intento violento de recuperación de los valores que se habían perdido tanto en el campo de batalla como en el místico. Luego, las órdenes de clérigos llegaron a disponer de una estructura institucional tan eficiente que fueron el modelo de organización de las modernas fuerzas militares, las que se pusieron en práctica en la reconquista de la península ibérica en el siglo XV. La orden de Loyola fue el modelo de eficiencia para el trabajo y la subordinación a las órdenes y jerarquías, así como al aporte de conocimientos y la postura con respecto al mundo y la forma de hacerlo producir en beneficio y expansión económica, material e ideológica.
En el aspecto específicamente literario, en La Biblia, el Eclesiastés y el Libro de los Proverbios, atribuidos a Salomón pertenecen a un tipo de poesía gnómica – está constituida por máximas que condensan las enseñanzas morales aprendidas por la experiencia -. La descripción de las situaciones y enseñanzas se realiza por medio de alegorías que requieren de un personal especialmente educado o instruido para explicarlo al vulgo; papel que cumplen los sacerdotes. Algo que no sucede en El Corán, en los aspectos de la Fe, pero sí en cuanto a los que conciernen a las conductas sociales, y la legislación que está en manos de los Diwan quienes son los encargados de conocer las sagradas escrituras y su aplicación en la vida cotidiana en cuanto a aspectos legales que se encuentren perfectamente resueltos de acuerdo al Corán. En este sentido en el mundo musulmán así como no hay una Iglesia que haga de intermediario entre Dios – Alá – y sus súbditos, no existe un espíritu seglar que interrumpa la necesidad de utilizar el Corán. Siempre se debe usar.
Esto no sucede en la Iglesia Católica, que mantiene en pie a la Iglesia y a sus miembros a rajatabla hasta el punto, por ejemplo, que el Papa Benedicto XVI ha dado a conocer su primer encíclica: “Deus caritas est”, por medio de la cual explica el significado del amor, acercándose a relacionar el amor que viene de “eros” con el “ágape”. El primero, el erótico, el amor carnal y el segundo del banquete, de la amistad o el amor benevolente. A través del primero el hombre y la mujer a través del matrimonio lo ennoblecen y ascienden al segundo, que los hace superarse espiritualmente para entender el amor que pregona Dios y la Iglesia por su intermedio.
En tanto entre los judíos han aparecido recientes cuestionamientos muy profundos. Es más, últimamente ha aparecido un serio argumento de parte del arqueólogo Israel Finkelstein – Director del Instituto de Arqueología de la Universidad de Tel Aviv -, quien asegura que el éxodo no existió, a la vez que asegura que el Pentateuco no existió desde cuando se dice comúnmente que existió, ni que haya sido producto de alguna “revelación”, sino de las mentes de los constructores políticos de una génesis del pueblo judío realizada 1500 años después de lo que dichos textos afirman.
Aún así, para los judíos, ante esta posible demostración de la inexistencia histórica de los hechos relatados en la Torá, no les preocupa en tanto y en cuanto no modifica en nada el significado que abarca el texto religioso que les da sentido e identidad.
Las escrituras épicas y religiosas contienen entonces una clara proyectación ideológica que fue provocada para reunir bajo esos textos a una masa humana dispersa y proclive a ser independiente. La autodeterminación es el primer pecado para la Iglesia Católica. 20 siglos de su inútil prédica lo han demostrado con sangre en los numerosos casos en que dictaminaron que era necesario, y bajo la cárcel de barrotes de cristal de la conciencia para agigantar la represión a límites que no son sostenibles por sus propios mentores, como lo demuestran los casos cotidianos de abusos de los sacerdotes con sus discípulos o sus acólitos.
Los textos épicos por su parte han dado lugar a lecturas de manuales para párvulos que tienen la exquisita tarea de domesticar y hacer creer por verdaderos algunos acontecimientos que en realidad nunca sucedieron.
En estos días se puede comprobar que la realidad es una percepción fabulada y borrosa por medio de la cual el proceso tardío del capitalismo ultra liberal insiste en mantener bajo su dominio imperial al conjunto de personas que con distintos rasgos fisonómicos, raciales, culturales, religiosos, persistimos en el planeta tierra en tratar de obtener una libertad imposible de conseguir aún en el aislamiento o en la más estricta de las soledades.
¿Cuántas mentiras son necesarias para obtener una verdad? ¿Es necesario o prudente pretender la verdad? ¿Tiene sentido buscar hasta el cansancio la autodeterminación? ¿Será acaso como dicen los moralistas una tarea abstrusa y/o antirrevolucionaria? ¿Soy una bruja?
© Gustavo Ceballos. Abril 2005