martes, 25 de mayo de 2010
Onírico
Así pensaba Oscar Martínez, quien para mi conocimiento, ha sido el más grande dormilón existente.
Todos los que formábamos su núcleo de amigos, considerábamos que tras aquellas disculpas se escondía la justificación de su desgano, su desengaño y aburrimiento del mundo. Sin embargo, sus confesiones eran muy sabrosas y nos impulsaban a seguir creyendo en lo que podía suceder mañana. Nos habíamos acostumbrado a reunirnos en su casa los días martes para escuchar el relato de la semana. Uno de los cuales paso a referir ahora:
“Resulta que estábamos todos juntos, aunque no tengo presente el rostro de Roberto. El viento se puso moderado como dicen los meteorólogos y las aguas comenzaron a agitarse y a escucharse su murmullo; se hizo más evidente el olor del liquen mojado en la tosca y los restos de algas con restos orgánicos: ese inconfundible hedor en las costas del lago San Roque, cerca de la ciudad de Carlos Paz.
Nos encontrábamos allí a la espera del informe que cada uno debía presentar acerca de la inversión efectuada y los resultados obtenidos.
Solo faltaba que Miguel diera su reporte y hasta el momento no había buenos resultados como para justificar el día.
-Le pedí a Miguel que fuese sintético – continuó Oscar - y rogué que trajera una buena novedad, porque en caso contrario no íbamos a poder seguir juntos en nuestra particular empresa.
Miguel trató de calmarme – como es su costumbre - y me explicó: “Estuve desde temprano con Graciela; a las nueve de la mañana nos sentamos en una mesa en esa confitería que antes estaba de moda y ahora es popular. Pensé que allí nadie nos molestaría.
Para lograr los propósitos de esta empresa, supuse que me encontraba enfrente a la bella Catalina y comencé por ser agradable; después, le tomé la mano y puse cara de romántico. Me gasté, lo juro, ... pero ella no se inmutó. Parecía estar en otro lado”.
En ese instante, aclaró Oscar, mi vista,- la de mi sueño- , pasó a los ojos de Graciela y ella continuó:
- “Me imaginaba que estaba con Catalina, pero la barba incipiente de Miguel me impedía conectarme y con el rabillo del ojo veía pasar a la gente. No hay caso no me gustan los hombres, y este inocente, encima me acaricia las manos”.
- Me parece que Graciela es diferente, interrumpió José.
Oscar se detuvo, respiró y continuó:
- En ese momento, me alejé de la escena y me coloqué una especie de lentes gruesas que había en una mesa exterior y avancé. Al principio todo estaba confuso, borroso, pero poco a poco las imágenes se fueron girando, porque habían estado invertidas y logré ver que en un primer plano estaba Miguel, sus espaldas, mientras Graciela miraba hacia mi lado “sin mirar”; más atrás volvía a aparecer Graciela sentada en la posición que le correspondía a Miguel, pero con Catalina enfrente. Hablaban animadamente mostrándose las palmas de las manos, en franca situación amorosa.
Al costado, a la derecha, en una mesa contigua volvía a aparecer Miguel; pero esta vez se encontraba solo. Contemplaba la escena con una sonrisa que denotaba cierta morbosidad ante la posibilidad de un encuentro sexual posterior entre las supuestas adeptas a lesbos. La imagen del sueño volvió a su punto de partida, me quité las lentes y todo se acomodó a como estaba en un principio. Tuve la presunción que la historia continuaría como muchas veces ocurre, por lo que no tuve la necesidad de proseguir con otras imágenes y me desperté. Entendí que los participantes de mi sueño disponían de toda su libertad para disponer de un final que no me correspondía. Ahora interpreto que todas estas eran suposiciones que quedaron en mi almohada, que nada es verdadero o real; la apariencia, la realidad, es semejante a la visión detrás de una lente: todo está invertido.
Se produjo un largo silencio que solo fue interrumpido por José, quien enfatizó: -Ya me parecía que Graciela jugaba en otro equipo. El silencio nos movilizó a escampar; algunos con rostro de franca desilusión, otros - como mi caso - algo contrariados, nos retiramos hasta el martes siguiente.
La lenta desaparición contra el reloj
Algo similar ocurriole a un tal capitán de Melo que viajó hacia el naciente por un largo derrotero de dos semanas sin avistar un trozo de tierra.
Había partido del puerto de San Julián a latitud 54 del hemisferio sur. Creyó que de un momento a otro debía aparecer delante, en la proa de su fragata la tierra de los canguros, pero impasiblemente su brújula se fue muriendo hacia el polo sur. Inexplicablemente dejó de marcar el norte y comenzó a invertir sus datos. Su principal el marinero Urtubey le decía que era imposible viajar en contra del tiempo en línea recta, que había sido ese y no otro su error y su destino de muerte. Nunca se supo si esto fue verdad, siquiera si ese diálogo fue posible; solo puedo afirmar que los parroquianos de Puerto San Julián tienen un retrato del capitán de Melo que día a día se ha estado borrando y en el que ya pocos rasgos han quedado de aquel español tozudo pero de cuidada barba y buen porte. No se conocen datos precisos de la fecha de su partida, pues en el puerto hace rato que no se llevan registros precisos. Es más, como no ha dejado parientes ni descendencia, solo un amor que poco a poco se fue apagando y que ya está criando hijos ajenos, la desaparición del Capitán no es más que otro cuento más de los tantos que de tanto en tanto se reavivan en el Bar del Ballenato tuerto a donde estuve una tarde de otoño amparándome del viento y del frío habituales por aquellas latitudes inhóspitas para mi carácter mediterráneo, serrano, hasta si quiere doméstico.
lunes, 24 de mayo de 2010
Las razones de la invención de los sistemas de medición del tiempo.
Solo puede haber una explicación razonable para entender las razones que tuvieron los hombres en inventar un sistema para medir al tiempo. Cuando eran muchos los dioses que alimentaban desde las altas colinas de los montes del Oriente mítico, se enteraron los inmortales que algo les sucedía de tanto en tanto. Era una molestia, un pesar que se manifestaba en alguna emoción superflua, humana. Ellos, los dioses, los titanes, no sabían de la posibilidad de medir el tiempo pues para ellos no existía aquella necesidad. Fue un hecho subversivo que rondó por las mentes de los seres inferiores, con vida acotada, los que desarrollaron ese pensar. Para los dioses el hastío y las infidencias de algunos mortales les hacían divertir de tanto en tanto, porque sus pendencieras familias que habitaban el Parnaso, ya les habían traído suficientes dolores de cabeza; pero para esta época ya se habían terminado por calmar los jóvenes y sus mujeres y habían aceptado el mando del que disponía del rayo para castigar. Allí mostraban su poderío, provocando la ira de otros titanes para que se enfrentasen por razones triviales y tribales. Al ver los desacuerdos que provocaban entre los mortales, se regodeaban de sus sagrados placeres, pues solo así podían mitigar un poco el aburrimiento de ser inmortales.
Solo una criatura imperfecta, mortal, podía ser el inventor de un sistema de medición de los ritmos celestiales que surgieron por la casualidad del entrecruzamiento de fervorosos odios entre dioses por la posesión de las atenciones de una de las más bellas deidades.
Así, la eterna creatividad, el Dios, demostró con desagrado la extraña idea humana y confinó a más de uno en horribles cuerpos para que les doliese siempre el recuerdo de su finitud.
Puso en custodia a las parcas, las que, algunas sabias opiniones consideraban que sujetaron hasta al propio Dios en más de una ocasión sobre el destino y el momento exacto en el que hacer su trabajo. La más brava era Átropo, que aunque menuda, portaba unas afiladas tijeras que hacía sonar todo el tiempo.
Las mediciones entonces; todo tipo de ellas y para cualquier función, han sido invenciones humanas en el vano intento por mantenerse ocupado y no recordar la presencia de los finales. El primer reloj fue hecho con la intención de mostrar la eternidad y no la finitud como cualquier obtuso arqueólogo hoy supone. La pretensión de la cinta de Moebius es la consecuencia del desarrollo de un modelo de reloj. Es la síntesis de la ejemplarización de la naturaleza, también.
Otros supusieron que Hermes, el joven, había inventado en sus ratos de ocio - que eran pocos -, los sistemas de pesas y medidas, porque a él, el Dios le confió la custodia del comercio y de los viajeros que lo practicaban. Sin embargo los custodios de las verdades aseguran que este dios carismático era bastante “creativo” también para ocultar lo que le convenía. No en vano Apolo supo de sus fechorías, cuando le sustrajo sus vacas que luego le canjeó por puras lisonjerías. En realidad los sistemas de pesas y medidas venían de antiguo de las primitivas culturas de creta y
En síntesis la medición del tiempo es negativa, pues siempre está marcando el espacio de vidrio que se descubre de arena hasta que el último fino grano de arena caiga y dejes de tener la posibilidad lejana de ser inmortal.