Los sueños deben ser los únicos espacios de intimidad que nos quedan. Solo allí podemos confesarnos aquello que pertenece a lo más profundo del yo - casi el otro; ese sujeto que vive en nuestro interior -. En uno de esos laberínticos senderos deambula nuestra faceta fuera de las leyes impuestas por la educación recibida, la curiosidad de nuestros vecinos, las buenas intenciones que aparentan las discretas inquisiciones de la vida en sociedad.
Así pensaba Oscar Martínez, quien para mi conocimiento, ha sido el más grande dormilón existente.
Todos los que formábamos su núcleo de amigos, considerábamos que tras aquellas disculpas se escondía la justificación de su desgano, su desengaño y aburrimiento del mundo. Sin embargo, sus confesiones eran muy sabrosas y nos impulsaban a seguir creyendo en lo que podía suceder mañana. Nos habíamos acostumbrado a reunirnos en su casa los días martes para escuchar el relato de la semana. Uno de los cuales paso a referir ahora:
“Resulta que estábamos todos juntos, aunque no tengo presente el rostro de Roberto. El viento se puso moderado como dicen los meteorólogos y las aguas comenzaron a agitarse y a escucharse su murmullo; se hizo más evidente el olor del liquen mojado en la tosca y los restos de algas con restos orgánicos: ese inconfundible hedor en las costas del lago San Roque, cerca de la ciudad de Carlos Paz.
Nos encontrábamos allí a la espera del informe que cada uno debía presentar acerca de la inversión efectuada y los resultados obtenidos.
Solo faltaba que Miguel diera su reporte y hasta el momento no había buenos resultados como para justificar el día.
-Le pedí a Miguel que fuese sintético – continuó Oscar - y rogué que trajera una buena novedad, porque en caso contrario no íbamos a poder seguir juntos en nuestra particular empresa.
Miguel trató de calmarme – como es su costumbre - y me explicó: “Estuve desde temprano con Graciela; a las nueve de la mañana nos sentamos en una mesa en esa confitería que antes estaba de moda y ahora es popular. Pensé que allí nadie nos molestaría.
Para lograr los propósitos de esta empresa, supuse que me encontraba enfrente a la bella Catalina y comencé por ser agradable; después, le tomé la mano y puse cara de romántico. Me gasté, lo juro, ... pero ella no se inmutó. Parecía estar en otro lado”.
En ese instante, aclaró Oscar, mi vista,- la de mi sueño- , pasó a los ojos de Graciela y ella continuó:
- “Me imaginaba que estaba con Catalina, pero la barba incipiente de Miguel me impedía conectarme y con el rabillo del ojo veía pasar a la gente. No hay caso no me gustan los hombres, y este inocente, encima me acaricia las manos”.
- Me parece que Graciela es diferente, interrumpió José.
Oscar se detuvo, respiró y continuó:
- En ese momento, me alejé de la escena y me coloqué una especie de lentes gruesas que había en una mesa exterior y avancé. Al principio todo estaba confuso, borroso, pero poco a poco las imágenes se fueron girando, porque habían estado invertidas y logré ver que en un primer plano estaba Miguel, sus espaldas, mientras Graciela miraba hacia mi lado “sin mirar”; más atrás volvía a aparecer Graciela sentada en la posición que le correspondía a Miguel, pero con Catalina enfrente. Hablaban animadamente mostrándose las palmas de las manos, en franca situación amorosa.
Al costado, a la derecha, en una mesa contigua volvía a aparecer Miguel; pero esta vez se encontraba solo. Contemplaba la escena con una sonrisa que denotaba cierta morbosidad ante la posibilidad de un encuentro sexual posterior entre las supuestas adeptas a lesbos. La imagen del sueño volvió a su punto de partida, me quité las lentes y todo se acomodó a como estaba en un principio. Tuve la presunción que la historia continuaría como muchas veces ocurre, por lo que no tuve la necesidad de proseguir con otras imágenes y me desperté. Entendí que los participantes de mi sueño disponían de toda su libertad para disponer de un final que no me correspondía. Ahora interpreto que todas estas eran suposiciones que quedaron en mi almohada, que nada es verdadero o real; la apariencia, la realidad, es semejante a la visión detrás de una lente: todo está invertido.
Se produjo un largo silencio que solo fue interrumpido por José, quien enfatizó: -Ya me parecía que Graciela jugaba en otro equipo. El silencio nos movilizó a escampar; algunos con rostro de franca desilusión, otros - como mi caso - algo contrariados, nos retiramos hasta el martes siguiente.
martes, 25 de mayo de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario