La brújula de Antioco dejó de andar cuando él dejó de surcar los mares de la Thalia.
Algo similar ocurriole a un tal capitán de Melo que viajó hacia el naciente por un largo derrotero de dos semanas sin avistar un trozo de tierra.
Había partido del puerto de San Julián a latitud 54 del hemisferio sur. Creyó que de un momento a otro debía aparecer delante, en la proa de su fragata la tierra de los canguros, pero impasiblemente su brújula se fue muriendo hacia el polo sur. Inexplicablemente dejó de marcar el norte y comenzó a invertir sus datos. Su principal el marinero Urtubey le decía que era imposible viajar en contra del tiempo en línea recta, que había sido ese y no otro su error y su destino de muerte. Nunca se supo si esto fue verdad, siquiera si ese diálogo fue posible; solo puedo afirmar que los parroquianos de Puerto San Julián tienen un retrato del capitán de Melo que día a día se ha estado borrando y en el que ya pocos rasgos han quedado de aquel español tozudo pero de cuidada barba y buen porte. No se conocen datos precisos de la fecha de su partida, pues en el puerto hace rato que no se llevan registros precisos. Es más, como no ha dejado parientes ni descendencia, solo un amor que poco a poco se fue apagando y que ya está criando hijos ajenos, la desaparición del Capitán no es más que otro cuento más de los tantos que de tanto en tanto se reavivan en el Bar del Ballenato tuerto a donde estuve una tarde de otoño amparándome del viento y del frío habituales por aquellas latitudes inhóspitas para mi carácter mediterráneo, serrano, hasta si quiere doméstico.
martes, 25 de mayo de 2010
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